Pocas personas más interesantes, relevantes e injustamente desconocidas que el británico Alan Turing (1912-1954), matemático de inusitado talento, visionario de la inteligencia artificial y padre de los modernos ordenadores. Héroe silenciado y oculto de la II Guerra Mundial, villano según la legislación británica del momento que lo sometió a una aberrante castración química, desfigurándole por completo y haciéndole físicamente imposible cualquier trabajo intelectual por la inyección de estrógenos que arruinaron su brillante mente y le incapacitaron para la vida.
Alan Turing, el matemático inglés que dio con la clave para descifrar los códigos nazis en la Segunda Guerra Mundial ahorrando dos años de contienda y salvando unos catorce millones de vidas, tan solo para ser detenido y condenado por homosexual unos pocos años después.
Esa fue la triste e injustísima recompensa de un hombre al que se le deben muchas cosas, desde un mundo sin la lacra del nazismo hasta los primitivos diseños de lo que después fueron los ordenadores.
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