Las grandes empresas de Internet reclutan crecientes legiones de censores. Algunos trabajan en países occidentales, incluida España; el resto, en países en desarrollo, donde los salarios son míseros. Hoy la principal potencia del sector es Filipinas, seguida de India y, entre los países latinoamericanos, Panamá y Costa Rica. En total, más de 150.000 personas viven de moderar contenidos en todo el mundo y la cifra crece cada semana.
Los contenidos ofensivos existen desde los albores de internet. Al principio el problema se autorregulaba, al estilo de la Wikipedia. Sin embargo, el estallido de las redes ha disparado la cantidad de contenido por controlar. Sólo en YouTube se suben 100 horas de vídeo por minuto que, de alguna forma, debe vigilarse. No vale confiar en la buena fe de los internautas.
También han cambiado el perfil usuarios de las redes. Ya no son sólo adolescentes, menos escrupulosos con el erotismo y el gore. Hoy,los padres -y los abuelos- son los mejores clientes de estas empresas y no volverán a conectarse si ven sus perfiles repletos de genitales y miembros descuartizados.
Los métodos de los censores son muy diversos. Algunos optan por la moderación activa: filtran los contenidos antes de que se publiquen. Otros prefieren la moderación reactiva: sólo analizan el material que denuncian otros usuarios. Y, además del ojo humano, utilizan software que detecta imágenes sospechosas: aquellas que tienen color carne [indicio de pornografía] o rojo intenso [imágenes violentas].
El material peligroso salta a las pantallas de los moderadores, que suelen revisar varios vídeos a la vez. Tienen tres opciones: autorizarlo, eliminarlo o, en caso de duda, elevar el caso a sus superiores. Un censor en jefe, que suele trabajar en países occidentales, emite el veredicto definitivo. "No es un trabajo automático: hay muchos casos dudosos en los que se decide por un pequeño matiz", apostilla Rita.
Extraído de este interesante artículo.